lunes, 31 de enero de 2011

Verano

Clarea. Pronto amanecerá. Los habitantes del lugar no han llegado aún, no tardarán. Jóvenes pescadores, ancianos nadadores… todavía no se oyen sus ruidos. Ella disfruta del relativo silencio – las gaviotas, el mar, el viento, son música de fondo. Será un día caluroso y despejado, el sol entra con fuerza.

Está apoyada en la gastada barandilla metálica que rodea el mirador. A la derecha está la bahía, se ve la enorme playa, el paseo e incluso los montes de más allá. A la izquierda, una pequeña cala de poca arena. Abajo, enormes rocas afiladas contra las que rompen las olas. De frente, el horizonte. Desde allí no se distingue el punto en el que cielo y mar se juntan, pero si que se puede imaginar. Detrás, el sol naciente. Le gusta estar en ese lugar que se le antoja mágico; cielo, tierra y mar juntos, y ella en el centro. Oye los chillidos de las gaviotas, el susurrar de las olas. Siente el calor del sol en su piel. Huele la sal del mar. Sueña en historias maravillosas que quizás algún día sean posibles.

De repente se siente observada. Pronto ve la sombra alargada que se acerca, oye los ligeros pasos sobre el césped. La silueta se acerca, duda, se para un instante, y finalmente llega hasta donde ella la espera y se detiene a su lado. Ella sabe quién es. Ha reconocido su olor hace rato, pero aún espera un tiempo, mirando hacia el mar, antes de volverse hacia él.

Al girarse, ha acortado también la distancia entra ambos. La mano que aun tiene sobre la barandilla roza imperceptiblemente la de él, y una ola de calor recorre su cuerpo. Llevaba mucho tiempo esperándole.

. . .

Clarea. Pronto amanecerá. Es tan temprano que no se advierten movimientos en todo el pueblo. El silencio es roto solo por las olas del mar chocando contra el rompeolas, en el puerto. Sale de casa por la ventana de su habitación, que da a un muro por el que sigue caminando; no quiere despertar a nadie más. Conoce el trayecto de memoria, podría recorrerlo con los ojos cerrados, pero hoy tiene prisa.

Salta del muro, atraviesa el pequeño pueblo de casitas blancas y llega a la bahía. Todavía hay un largo trecho por el paseo hasta la base del mirador. Una vez allí, sube las escaleras y camina por el césped. El paisaje es bellísimo, pero él tiene su vista fija en otra cosa: la silueta que le espera en la barandilla.

Allí está ella, sus pies descalzos. El blanco vestido flotando a su alrededor y su larga melena agitada por el viento. Sin duda lo ha advertido hace tiempo, pero avanza hacia ella despacio, sin hacer ruido. Se detiene antes de llegar a ella, inseguro, pero finalmente la alcanza. Ella espera un rato antes de volverse hacia él, quiere castigarle por haber llegado tarde. Pero cuando al fin se gira, sonríe. El no tarda en devolverle la sonrisa.

. . .

Atardece. Los últimos bañistas se han ido hace rato, y los cansinos turistas lo harán dentro de poco. Ella está de nuevo apoyada en la barandilla, mirando al frente. El viento agita su cabello y mueve su vestido; él vuelve a llegar tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario