sábado, 7 de mayo de 2011

El último caso del míster

Habían hallado un cadáver en el patio tras la iglesia. El chavalillo que lo encontró mientras jugaba al escondite después de la catequesis aún estaba imaginando toda la fama que aquel encuentro podría traerle cuando llegó la policía, pobre criatura inocente. Por supuesto, era mucho mejor que todos los tesoros que había encontrado en el sucio callejón hasta la fecha – una piedra plana, un periódico, un botón. El inspector le sonrió, cansado; no le gustaban los asuntos que incluían niños, y menos si era por error.

Míster, le llamaban. El análisis del forense ha llegado, míster. Hacía ya más de una semana que lo habían encontrado, y aun no sabían nada del asesino ni del asesinado. Conocían los datos que figuraban en el ordenador, claro está, pero eso no decía nada de lo motivos que alguien pudiera tener para deshacerse de él. Y la mejor pista para hallar al malo eran siempre los motivos. Ajuste de cuentas, le habían dicho a la prensa, pero a saber de qué cuentas. Interrogaron al cura, éste sólo dijo que no podía acordarse de toda la gente que iba a misa. Claro, como si tuviera tantos feligreses una parroquia de barrio.

El cura sabía más, mucho más, pero, ¿cómo hacerle cantar? Puede que el niño viera algo más, míster. No necesitarías al cura entonces. Pobre niño. Lo imaginó incapaz de dormir a causa de las pesadillas. O a lo mejor no, se consoló, los niños de hoy ven muchas pelis de asesinos a sueldo, de ladrones de bancos, de mafiosos.

El míster está pensando, mientras sostiene un pegajoso vaso de plástico del café de máquina. Es como una droga, no puede pensar ya si no tiene café con él. Pues claro, viejo tonto, droga. En la comisaria del área llevaban tiempo buscando a quien introducía la mierda en el barrio. Habían pescado a varios camellos en la zona, pero siempre había más. Y siempre habría más, si no pillaban al jefe, al tipo tras la cortina, al que manejaba el dinero de verdad. El cura… Se estaba acercando al fondo del asunto, el viejo míster lo sabía. Probablemente ellos lo supieran también, a saber quién de sus compañeros era el sobornado. O quién no lo era.

Haría cantar al cura, claro que lo haría. Fue solo a la iglesia. El míster no quería llamar la atención con coches patrulla, no fueran a escapársele. Entró en el templo, escuchó, no oyó nada, y el silencio lo alarmó más que cualquier sonido. Corrió a la sacristía, y llegó a tiempo de ver una figura femenina huir por la ventana, adentrándose en la oscuridad de las tardes de invierno. El cura yacía a sus pies, muerto. Habían vuelto a ganar.

1 comentario:

  1. Me ha encantado, he estado leyendo y leyendo y es genial >.<
    Y el final me ha dejado sin habla...con el cura muerto.
    Espero el siguiente
    Besos, Elenna

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